Casi medio siglo, concretamente 45 años, trabajando en la misma empresa. Hoy en día, éste ya sería un titular. Si alguien sabe lo que es crecer junto a una empresa, empaparse de sus valores, sentirse parte de ella y compartir sus éxitos (y no tan éxitos), ésa es Mercedes Díez, conocida como Merche tanto fuera como dentro de La Flor Burgalesa. Después de cumplirse justo una semana de la celebración del Día Internacional de la Mujer, queremos recordar el paso de una de las personas que más nos conoce, Merche.
Esta burgalesa de 76 años comenzó a trabajar con nosotros en 1958, cuando tenía 17 años, debido a que su hermano se casaba y, por tanto, la familia, formada por siete hijos en total, cuatro hombres y tres mujeres, dejaba de recibir la ayuda económica de este hijo. Como su padre conocía a Afrodisio Pérez, fundador de la empresa en 1948, le sugirió a su hija entrar a trabajar en lo que por entonces era una pequeña fábrica ubicada en la calle Diego Laínez. Fue en ese lugar en el que Merche se unió a La Flor Burgalesa, justo cuando la empresa cumplía su primera década de vida.
Uno de sus cometidos –recuerda- comenzaba cuando el polvorón, que se producía a lo largo de todo el año, salía del horno, y era entonces cuando tenía que distribuir el azúcar glas por encima y envolver cada polvorón “a mano”. “Se hacía todo manual”, cuenta Merche, quien recuerda a la perfección los ingredientes de este producto: manteca, harina, azúcar, almendra molida y canela. Normal que cuando tuvo la ocasión de visitar las instalaciones de Florbú en 2015, en el polígono de Villalonquéjar, se quedase asombrada, tal como relata, por la toda la maquinaria y la nueva tecnología que se había adquirido en los años posteriores a su jubilación. “Un cambio increíble”, manifiesta Merche.
Esta burgalesa ha vivido, sin embargo, cada evolución y paso hacia delante que ha ido experimentado la empresa, gracias, por supuesto, al esfuerzo y constancia que tanto ella como sus compañeros y compañeras de trabajo han depositado para lograr cada nueva meta. Cabe destacar que por entonces la gran mayoría de la plantilla estaba formada por mujeres tal y como cuenta Merche. Este crecimiento del que ella ha sido participe se plasma, por ejemplo, en el primer traslado a la calle San Pedro y San Felices, donde se pudo disponer de una fábrica más amplia y de un “horno más grande”. Recuerda cómo se fueron introduciendo, entre otras cosas, nuevos productos, como la rosquilla, la castellana, la maría o la tostada. En este sentido, relata también cómo otro de sus cometidos en estas nuevas instalaciones era la de quitar, “a mano”, claro, el círculo interior de las rosquillas golpeando con los dedos. “La fábrica de San Pedro y San Felices era también muy manual”, cuenta.
Más adelante, Merche vivió otro de los traslados de la empresa, el de mayor envergadura, el del Polígono de Villalonquéjar en el año 1998. Allí, comenta, se continuaban produciendo polvorones y se introdujeron otros productos, como la torta, y nuevos sabores en los barquillos. Fue en esa fábrica, lugar que refleja la evolución que Florbú ha experimentado, donde llegó su jubilación.
Y se despidió, aunque no para siempre, de la empresa en la que ha trabajado toda su vida, puesto que, tal como muestra este reportaje, aún Florbú la tiene muy presente. Merche, un ejemplo de orgullo de pertenencia.